Por Jorge Burgos García
30-06-12
Debo confesar que el cuento de El sabio y la lluvia a media noche que socialicé en la charla anterior, se convirtió en una de las cosas que más me hizo reflexionar en torno al valor que le hemos otorgado a la vida en Occidente. Suscitaron en mí, la búsqueda de una nueva forma de comprender la existencia y uno de sus aspectos inalienables, el amor. Mas, en la medida que empecé a configurar esta nueva manera de analizar e interpretar el amor, descubrí que mis ideas no eran en ningún modo novedosa. En verdad, lo único “original” que ofrendo, es expresarlo con un estilo un tanto singular, cuya única aspiración es que sea entendido íntegramente por mis lectores. Pero el mensaje –en sí- que transmito, es antiquísimo. Hace no menos de 2 milenios, en India –una de las cunas de las primeras civilizaciones- le habían dado este significado al amor. Y su forma esencial, de expresarlo ha sido por medio de hermosas metáforas, ha sido gracias al leguaje poético.
Por consiguiente, es inexorable, tener que emplear metáforas cuando nos referimos al plano afectivo del ser humano, pues, no hay forma de que los términos científicos puedan describir con precisión eso ocurre en la parte inmaterial de nuestro ser. En este orden de ideas, mi interés en la charla de hoy, se centra en compartirles, según mi perspectiva, algunas de esas metáforas que anhelo contribuyan a que ustedes –tal como me ha pasado a mí desde hace un tiempo- se sigan aproximando al significado ESENCIAL de eso que denominamos amor.
La más hermosa de todas esas metáforas, es aquella que manifiesta que el amor brotará en nosotros, de manera similar a como una planta hace emerger flores. Las flores al momento de abrir sus pétalos, empiezan a expandir una fragancia a su alrededor. ¿Y quién puede disfrutar el aroma de una flor? Ese aroma, puede ser disfrutado por todos aquellos que se acerquen a ella. Ella no puede aprisionar ese aroma, no selecciona a los seres vivos que puedan disfrutar su fragancia, no, ella permanece abierta a todos. De manera semejante a las flores, las aguas de un río no ponen traba alguna a todos aquellos que quieran disfrutar de su corriente. Ni hablar de la sombra de los árboles, cualquiera puede reposarse debajo de ella. Lo mismo sucede con la luz del sol, o con la lluvia.
Antes de dotar de significado a las anteriores metáforas en el contexto de nuestra humanidad, quiero compartirles un breve cuento, bastante simple pero que encierra un profundo mensaje sobre el sentido del amor.
Un escultor se hallaba tallando una roca. Alguien que había ido a ver cómo se hace una estatua, observó que no había indicio alguno de una estatua. Sólo había una roca que era tallada aquí y allá con cincel y martillo.
El hombre preguntó:
-¿Qué estás haciendo? ¿No vas a hacer una estatua? He venido a ver cómo se hace una estatua, pero veo que estás rompiendo una roca-.
El artista respondió:
-La estatua se halla oculta en su interior. No es necesario hacerla. Sólo hay que quitar cantidades de piedra inútil que están pegadas a ella, y la estatua aparecerá. Una estatua no se fabrica: es descubierta, es revelada, es traída a la luz- (1)
El mensaje que transmite esta sencilla historia sobre el amor es literalmente genial. La estatua del amor está en nuestro interior, siempre ha estado ahí, esperando emerger. Cuando no nos damos a la tarea de explorar hacia dentro de nosotros, somos como una roca sin tallar. Pero hay una gran esperanza, puesto que somos a la vez los escultores. El problema es que hemos empleado muy poco el cincel y el martillo de la consciencia para hacer revelar la estatua de afecto que yace en nosotros.
El amor, en su sentido original, ha estado, está y estará por siempre en nuestro interior. Sólo requerimos descubrir la forma de hacer que irradie a la totalidad de nuestro ser, de hacer a un lado las barreras que impiden que seamos afectuosos de manera frecuente. La maravillosa metáfora de la flor nos revela ese mismo mensaje: somos una “planta” en capacidad de hacer brotar las “flores” del amor, capaz de diseminar nuestra “aroma” a quienes se acerquen a nosotros –SIN DISCRIMINACIÓN-, porque al igual que una flor, un ser humano que se “habitúa” a ser afectuoso no puede atajar su deseo de ofrecer afecto a quienes le rodeen.
Lo que quiero comunicar, por ponerlo en otros términos, es que el amor es una cualidad susceptible de ser desarrollada por cada ser humano. Todos tenemos el potencial para hacer desarrollar al máximo esa cualidad. Todos guardamos ese tesoro en nuestro interior, es solo cuestión de que derrumbemos el muro mental –construido con los ladrillos de una idea apenas parcial del amor- que nos ha obstaculizado interpretar el auténtico ser del amor. Es más que necesario que redescubramos nuestra inagotable fuente de amor. No es una fantasía, ya no estoy hablando en sentido metafórico aunque lo parezca; Y es una tarea individual, nadie nos puede acompañar en esta “metamorfosis interna”. Ningún maestro, ni ninguna persona, por más cercana que esté a nosotros, puede acompañarnos en este valioso y conveniente proceso de evolución emocional que nos acercará sin duda, a la paz.
Ahora bien. Llegó el momento de intentar dar respuesta a una pregunta medular. ¿Cómo redescubrir y desarrollar ese potencial de amor que llevamos en nuestro interior?.¿Cómo activarlo? ¿Cómo aprender a llenarnos de amor? En resumen, ¿Cómo ser una persona amorosa?.
El intento de responder a este significativo interogante será parte de nuestro próximo capítulo…
1.
OSHO. El libro
del sexo. Edit. Grijalbo. Pág.18
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