12-08-12
Definitivamente la imaginación
puede modificar nuestra visión de la vida y del amor en particular. Esto se
evidencia con simples experiencias de las que cada uno de nosotros puede dar
fe. Si traemos a fuerza de imaginación, algún recuerdo agradable del pasado,
nuestro cuerpo reaccionará, en la medida en que lo hagas más vívido, del mismo
modo que lo haría si estuviera ocurriendo en realidad. Y lo mismo ocurrirá si
traemos imaginariamente una experiencia desagradable.
En la imaginación está basada la
denominada “Ley de la atracción”, muy popularizada en nuestro días desde que
salió a la luz el libro El secreto.
Sin embargo, quizás sea esta sencilla historia, la que pueda ayudarnos a
terminar de asimilar el inmenso poder que tiene la imaginación humana.
Cuenta la historia que un caballero medieval asistía a un curso para
matar dragones en la escuela local. Varios caballeros más jóvenes acudían a
esta clase especial impartida por el mago Merlín.
Nuestro antihéroe fue a ver a Merlín el primer día para hacerle saber
que probablemente no le irían bien las cosas en el curso porque era un cobarde
y estaba seguro de que siempre estaría demasiado asustado y sería demasiado
inepto como para ser capaz de matar a un dragón. Merlín dijo que no hacía falta
que se preocupara porque había una
espada mágica para matar dragones y que él se la daría a este joven y cobarde
caballero. El caballero estaba deleitado por tener este apoyo mágico
oficial con el que cualquier caballero, no importaba lo poco que se lo
mereciera, podría matar un dragón. Desde la primera salida a los campos, con su
espada mágica en la mano, el cobarde caballero mató un dragón tras otro,
liberando a una doncella tras otra.
Un día, hacia el final del curso. Merlín propuso un reto en la clase a
la que estaba asistiendo el caballero. Los estudiantes tenían que salir al
campo y matar un dragón ese mismo día. En la conmoción de la excitación,
mientras todos los demás caballeros corrían para probar su temple, nuestro
antihéroe agarró del armero la espada equivocada. Pronto se encontró a sí mismo
en la boca de la cueva de la que tenía que liberar a una doncella cautiva. Su
captor salió corriendo hacia fuera respirando fuego. Sin saber que había
agarrado la espada equivocada, el joven caballero retrocedió preparándose para
acabar con la embestida del dragón. Cuando estaba a punto de golpear se dio
cuenta de que había cogido la espada equivocada. Ésta no era la espada mágica,
tan sólo era una espada corriente pero adecuada para buenos caballeros.
Era demasiado tarde para parar. Bajó la espada corriente con un certero
barrido de su brazo, y para su sorpresa se desprendió la cabeza del dragón.
Volvió a la clase, con la cabeza del dragón atada a su cinturón, con la espada
en la mano y la doncella a remolque, y corrió hacia Merlín para contarle su
error y su inexplicable recuperación.
Cuando escuchó la historia del joven caballero, Merlín se echó a reír.
Su respuesta al joven caballero fue: «Pensé que ya te lo habrías imaginado,
ninguna de las espadas son mágicas y nunca antes lo han sido. La única magia consiste en creer».
Ciertamente, el acto mágico más
auténtico y audaz, es convencernos a nosotros mismos, que podemos gestar
importantes fluctuaciones en nuestra vida. Esta nueva manera de concebir el
amor, paulatinamente nos convertirá en seres humanos integrales. Como mencioné en el artículo
anterior, olvidémonos del tiempo, esa es la condición necesaria. Un día
cualquiera empezaremos a ser testigo de los cambios que empiezan a ocurrir en
nosotros. Notaremos que serán menos los momentos que dedicamos a actuar con malas intenciones, serán menos los
momentos de ira, de tristeza, de miedo, de impaciencia, de odio, de
desesperanza, de envidia, y de ambición. Comenzaremos a sonreír un mayor número
de veces, a sentir alegría sin motivo
especial.
Y cuando todo lo anterior empieza a
suceder, es porque nuestro ser está colmándose de amor, y eso no puede
mantenerse retenido en nuestro
interior, sería como contener la respiración, imposible. Justamente esta
experiencia, nos conduce inexorablemente a
ampliar nuestra idea sobre lo que es el verdadero amor: experimentaremos
que el amor es literalmente un desbordamiento, no podemos mantenerlo
enclaustrado en nuestro interior. Puesto en otras palabras, no podemos evitar compartir
con los demás las cosas que consideramos valiosas. Las flores no pueden
aprisionar su aroma, nosotros tampoco
podremos aprisionar nuestra fragancia,
nuestra corriente de afecto.
No podemos evitar hacer lo que esté a nuestro alcance por ayudar a los demás, porque eso es una de las más prístinas
expresiones de amor, no la vaga idea que de niño echó raíces en nuestra mente.
En nuestras manos está si nos damos a la tarea de desarraigarla o no. Lo único
seguro es que entre más compartamos amor, entre mayor sea la corriente de
cariño que desbordamos hacia los demás, más se “cristalizará” nuestro ser, más
personas cobijaremos en nuestro corazón, pues un corazón tejido de afecto no tiene límites, siempre es capaz de ensancharse un poco más…
A esta altura de nuestra “exploración”
, se hace necesario hacer frente a uno
de las creencias más inveteradas y nocivas que respecto al amor predomina en
Occidente. La idea que es necesario encontrar una “media mitad” para que podamos
“completar” nuestra felicidad. Pero eso será en nuestro próximo capítulo…
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