Antes de entrar a explicar como
podría esta visión universal del amor hacer que nuestras relaciones de pareja
sean más armónicas y constructivas, me permito agregar una última cosa sobre la
confusa idea de pensar que cuando encontremos nuestra media mitad, será cuando experimentemos realmente el amor. Al
respecto, debo decir que creer eso, sería admitir que el motor del desarrollo afectivo de un ser humano es externo.
Sería creer que siempre será otra persona la que posee la llave para abrir la puerta del amor en nuestro ser. En
verdad, considerar que necesitemos de la mediación de “otro” para que el amor
brote en nuestra existencia, es considerarse una especie de indigente en el plano emocional,
alguien que necesita de la “ayuda emocional” de otros para sobrevivir. Sería
desconocer que en nuestro interior reside un tesoro, una fuente
inagotable de amor, a la que la vida nos permite acceder en la más absoluta
soledad. Cuesta creerlo, pero el crecimiento en materia afectiva, es en su
primera etapa un proceso privado, que
cuando alcanza fuerza y volumen, nos
posibilitará después, asumir de manera más sana nuestras relaciones con los
otros seres humanos.
Hay una magnífica y breve historia
que ilustra bien este importante asunto afectivo:
Sucedió una
vez que un viajero alemán fue a ver en una ocasión a un célebre místico. Debía
de estar enfadado por alguna razón. Se desató encolerizado los zapatos, los
tiró a un rincón y abrió la puerta bruscamente, dando un golpe...
El místico
le dijo:
- “Aún no
puedo responder a su saludo. Primero pida perdón a la puerta y a los zapatos””.
- Pero ¿qué
le pasa? -preguntó el hombre- ¿Cómo voy a pedirle perdón a una puerta y a unos
zapatos? ¿Acaso están vivos?”
- “Ni
siquiera pensó usted en eso al descargar su furia sobre esos objetos inanimados
-replicó el místico-. Ha tirado los zapatos como si fueran seres vivos
culpables de algo, y ha abierto la puerta con tal agresividad que parecía que
fuera su enemiga. Como ha reconocido la personalidad de esos objetos descargando
su furia sobre ellos, ahora debería pedirles perdón. Si no lo hace, no hablaré
con usted”.
El viajero
pensó que había recorrido un largo camino desde Alemania para conocer a aquel
místico, y que algo tan trivial no le iba a impedir hablar con él. De modo que
se acercó a los zapatos y con las manos entrelazadas dijo:
- “Perdonadme
por haberme portado mal, amigos. Y, dirigiéndose a la puerta, añadió: Lo
siento. No quería haberte empujado así.”
El viajero
escribió en sus memorias que al principio se sintió ridículo, pero que cuando
terminó de pedir perdón se quedó sorprendido: sentía una paz y una serenidad
increíbles...
A
continuación fue a sentarse junto al místico, que se echó a reír:
- “Ahora sí
-dijo-. Ahora podemos iniciar el diálogo. Ha
demostrado cierto amor, y puede relacionarse. Incluso puede comprender,
porque ahora se siente ligero y alegre, se siente dichoso. No se trata de ser afectuoso sólo con los seres humanos, sino de amar
en general-“ (1)
Esta última parte del cuento, trae
consigo una de las reflexiones más significativas que trato de poner en
práctica cada día de mi vida: demostrar cierto amor hacia los demás, porque
ello facilitará nuestras relaciones con quienes hacen parte de nuestro entorno.
Es por ello, que no concibo la idea de que debamos esperar que sea otro el que
nos “motive” a brindar amor, no, la capacidad de expresar amor debe anteceder a cualquier tipo de
relación. Y esa última frase del sabio, resume magistralmente, la manera como
debemos comportarnos a cada momento. Es el más grande de todos los preceptos
éticos que nos aporta la sabiduría oriental y que a mi entender, debe guiar nuestro
camino emocional.
En cuanto al interrogante planteado al término
del artículo precedente, si creo que esta asunción universal del amor,
contribuye a mejorar significativamente nuestras relaciones amorosas
particulares. En realidad, se hace menester que aprendamos a amar sin
expectativas, a amar sin construir relaciones tendientes aprisionar al otro. Es
este, uno de los asuntos cruciales en nuestra vida, las expectativas.
Antes de abordarlo, me gustaría que
se interprete con mucho cuidado mi perspectiva en torno al innecesario daño que
nos podemos llegar ocasionar al relacionarnos afectivamente con expectativas.
Reconozco que es una de las ideas más difíciles de desarraigar de nuestro ser.
Y es común que las personas tergiversen
mi mensaje y lleguen a la errada conclusión de que tengo una visión pesimista
sobre el amor, cuando en verdad mi intención, es que reflexionemos y demos
cuenta de algunas ideas que de manera sutil nos vulneran en materia afectiva y hacen que sea difícil construir relaciones
amorosas sanas Lo único que pido es que no rechacen de antemano los argumentos
que a continuación presento, al menos trata de comprenderlos. Si no los
aceptas, estará bien, estarás en tu derecho de hacerlo.
¿Qué
hacemos comúnmente en nuestras relaciones amorosas? Amamos teniendo expectativas. ¿Qué significa tener expectativas? Significa que nos imaginamos,
-nos hacemos a la idea de- como en el
futuro podría desenvolverse la historia de acuerdo con un patrón preestablecido
de antemano. En realidad, cuenta creer esto, pero no tiene sentido. ¿Qué sabemos del futuro de nuestra relación
con alguien? nada, y no lo vamos a saber, porque la relación afectiva se
construye –como el resto de relaciones que tejemos en la sociedad- en el día a
día. Una de las cosas que comúnmente hacemos es hacer promesas en torno a nuestros sentimientos. Expresamos ligeramente a
alguien, que lo amaremos por toda la vida,
que estamos seguros que es el amor de
nuestra vida y demás cosas por estilo. Si racionalizamos un poco frente a
este tipo de expresiones, sabemos que no debemos asegurar esas cosas. Porque no
sabemos que ello efectivamente vaya a ocurrir. En verdad, lo más honesto, sano
y ajustado a la realidad que podemos decirle a nuestra pareja, es sobre la
intensidad de lo que sentimos por ella en este momento, en el presente. Lo más
sincero que podemos decir, en tiempo futuro, no es una promesa de amor eterno,
si no un anhelo de seguir compartiendo este amor por mucho tiempo. He allí una
gran diferencia, entre aseverar algo
y anhelarlo.
Ocurre, que cuando nos aferramos a
una promesa, y esta no se cumple, -cosa en materia afectiva suele pasar-
sufrimos innecesariamente. No perdamos jamás de vista, que la vida es dinámica
y por tanto, hay circunstancias que se escapan a nuestro control. Y una de las
circunstancias que más fluctúa en la existencia es el amor que podemos sentir
hacia alguien en particular. Dejemos de pensar con el deseo. De esto, creo que
todos lo que han tenido relaciones afectivas pueden dar fe. Habida cuenta de
esto, creo que lo más saludable es apartar las expectativas en nuestras
relaciones de pareja. Si asimilamos bien, lo que significa el amor en sentido
universal, comprenderemos que deberíamos intentar amar en la más absoluta libertad, sin fijarnos plazos de
antemano y sin fijarnos condiciones. Limitándonos a disfrutar el presente. Con
el paso del tiempo -y de las
experiencias- aprenderemos ,a saber cuándo dejar “ir” al amor, o más bien aprendemos a identificar cuando “el” ya se ha ido, aunque paradójicamente decidamos
continuar una relación con alguien. Eso es otra cosa…
Es indispensable, ahondar un poco
más alrededor de la extraña y singular relación que existe entre amor,
expectativas y el elemento más importante de esta ecuación que es nuestrra
vida: la libertad…
Pero será en nuestro próximo
capítulo...
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