Palabras de Buda

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jueves, 14 de enero de 2010

EL FRENTE NACIONAL: ¿UNA PARADÓJICA ESTABILIDAD?

Por Jorge Burgos García
13-04-08


Sin lugar a dudas el periodo de la historia de Colombia conocido como Frente nacional, concita especial interés para cualquier analista político nacional o extranjero puesto que constituye un fenómeno político muy singular; no hay registro al parecer, de que un tipo de acuerdo como este haya sido llevado a cabo en algún otro Estado. Expresándolo de manera un tanto coloquial pero precisa, este pacto político que se firmó en 1957 entre los dirigentes de las 2 grandes colectividades políticas del país y que aseguraba la alternación sin traumatismos –y con alto grado de civilidad- del poder durante los próximos 16 años (1958-1974) llevó en la etiqueta un sello de exclusividad: Made in Colombia...y claro está, para que el acuerdo tuviera plena legitimidad fue sometido al juicio de la ciudadanía, la cual, aprobó mediante un plebiscito nacional -que contó con más del 90% de favorabilidad-, la iniciativa bipartidista que se fijó como meta, rescatar al país del abismo político y social en el que cayó desde 1948 por la muerte del caudillo Jorge Eliécer Gaitán. O dicho en términos netamente políticos, el frente nacional como tal, procuraba a toda costa, restituir la vulnerada institucionalidad nacional, lo cual implicaba entre otras cosas, poner punto final a la violencia que se desató en los años precedentes...

Ahora, como bien afirma de manera concisa y paradigmática la historiadora Diana Uribe, la historia se ve en replay, es decir, solo cuando ha pasado un importante espacio de tiempo, es que podemos dar una mirada retrospectiva y observar sin ninguna clase de intransigencia ni sesgo ideológico lo que fueron los hechos y las secuelas que en el mediano y largo plazo estos terminan generando. En este orden de ideas, el presente escrito, es un intento racional por mostrar a la luz de la evidencia histórica y política que el Frente nacional albergó en su seno una profunda contradicción, ya que si bien este acuerdo bipartidista logró efectivamente zanjar los rencores y vestigios de fanatismo que existían tanto en las toldas rojas como azules, no es menos cierto, que esta reconciliación fraternal de la élite política fue incapaz de impedir la formación de los principales grupos insurgentes que a lo largo de las últimas décadas han debilitado de manera notoria la estabilidad política, económica y social del Estado colombiano.

En aras de comprender en su real dimensión esta contradicción inherente al sistema bipartidista tan singular que se construyó a fines de los cincuenta, me permito recordar las condiciones histórico-políticas que concurrieron para que este periodo peculiar de la historia se desarrollara. Es menester indicar que el frente nacional, aunque tuvo origen formal y concreto en el periodo dictatorial de Rojas Pinilla (1953-1957, como una macroestrategia de la dirigencia de los partidos tradicionales enfilada a frenar las aspiraciones hegemónicas del general dictador, que estaba constituyendo alrededor de su figura, una tercera fuerza política, a través de la cual tenía pensado quedarse en el poder, al menos, hasta 1962) tiene varios antecedentes a lo largo de la primera mitad del siglo XX.

En tiempos del general Reyes, al término de la terrible guerra de los 1000 días, se estableció lo que el mismo autodenominó Concordia Nacional, un gobierno que el definió de corte bipartidista al inicio de su periodo presidencial ya que con el fin de cerrar las heridas heredadas de la recién terminada confrontación armada, compartió los ministerios con el partido liberal, maniobra que fue mal vista por algunos dirigentes conservadores, sin embargo el éxito de su gestión administrativa orientada a estructurar la modernización económica del país acallaron en parte las críticas, por lo menos mientras que ocultó su talante de gobernante dictador. El siguiente antecedente, irónicamente surge como reacción precisamente, al intento de Rafael Reyes de permanecer por más tiempo en el poder, pues en el seno mismo del conservatismo, en el año 1909, Carlos Restrepo en compañía de sus copartidarios José Vicente Concha, Pedro Nel Ospina y Miguel Abadía Méndez, y de los liberales Nicolás Esguerra, Benjamín Herrera y Enrique Olaya Herrera creó un partido, conocido como Unión republicana, que en términos generales fue un genuino esfuerzo por poner punto final al sectarismo político en el país; Restrepo estuvo empeñado en establecer la clara separación de las ramas del poder público, la autonomía del Estado frente al poder de la Iglesia, el respeto a las libertades individuales, la transparencia electoral y la libertad de prensa. Sin embargo, durante toda su administración (1910-1914) fue presionado por el partido conservador y la iglesia para que hiciera lo tradicional, poner al gobierno al servicio del conservatismo bajo la venia de Dios...razones por las cuales sus nobles propósitos no se concretaron.

Cercanos a la mitad del siglo XX, se encuentran desde luego, los antecedentes más próximos, cuando en 1946, año en el que culmina la república liberal, la Unión Nacional ofrecida por el conservador Mariano Ospina Pérez durante su campaña para las elecciones de 1946 y que puso en práctica tan pronto asumió la presidencia, puede considerarse como la auténtica precursora del Frente Nacional. En ella Ospina Pérez dividió los ministerios y los gobiernos departamentales con los liberales en rigurosas mitades. Sin embargo, en febrero de 1948 el partido liberal, liderado por Jorge Eliécer Gaitán, al parecer por conveniencia política decide abandonar la Unión Nacional y retirar sus miembros del gabinete, por lo que Ospina decide conformar un gabinete completamente conservador. Posteriormente, con el objeto de estabilizar el país después del asesinato de Gaitán, los dos partidos acuerdan formar nuevamente la Unión Nacional; al poco tiempo, el partido liberal, liderado por Carlos Lleras Restrepo decide romper de manera definitiva la Unión Nacional en mayo de 1949 para protestar en contra del gobierno de Ospina, por las persecuciones y asesinatos que en distintas zonas del país se vienen llevando a cabo en contra de ciudadanos liberales, situación que se acentúa cuando en noviembre del mismo año, es asesinado el hermano del candidato presidencial del partido liberal, Vicente Echandía. Este crimen lleva al partido opositor a tomar la decisión de no presentar candidato para las elecciones presidenciales de 1950. La victoria en los atípicos comicios electorales, llevaron a la presidencia a Laureano Gómez que dividió al partido gobernante, pues Ospina Pérez tomó distancia de aquel, situación que aunada al debilitamiento de la salud de Laureano, y a las medidas represivas que tomaba el gobierno, no hicieron más que atizar la violencia que se tomó muchas regiones del país, de esta manera, se propiciaron las condiciones para que sectores del conservatismo y el liberalismo, casi que literalmente entregaran el poder al general Rojas Pinilla, quién como ya mencioné al inicio de este artículo, al pretender perpetuarse en el poder, empujó a la dirigencia liberal y conservadora a crear el frente cívico, nombre primario de lo que hoy conocemos como frente nacional, y cuyo nombre fue cambiado, solo para no herir susceptibilidades en las fuerzas armadas.

Como bien se reconoce, desde cualquier perspectiva analítica, la muerte de Gaitán marca un punto de referencia en el desarrollo político del país, pues pone al descubierto, y generaliza en cierto modo, una larga cadena de rencores y de intransigencia entre liberales y conservadores que tiene su precedente en la década del treinta cuando regresaron al poder los liberales (luego de una larga hegemonía conservadora) pero encuentran, como era de esperarse, que las distintas gobernaciones y alcaldías continúan bajo el poder de los conservadores, situación que con el paso de la década se revertirá, no sin antes sembrar una estela de enfrentamientos armados en distintas zonas rurales del centro del país. Estas retaliaciones siguieron siendo comunes en el decurso de los cuarenta y aún más en los cincuenta, cuando los liberales apoyaron grupos de autodefensas campesinas y los conservadores desde el poder financiaron grupos paraestatales.

Frente a este panorama de guerra civil no declarada, lo que quiero subrayar, es que al momento de comenzar a fraguarse los lineamientos básicos del Frente Nacional -expuestos por primera vez en la famosa carta de Alfonso López Pumarejo dirigida al Directorio Liberal de Antioquia en 1956- los partidos liberal y conservador, partieron del reconocimiento mutuo de que la violencia en Colombia se generó a causa de su proceder torpe y reprochable, en virtud de la lucha desaforada, salida de todo cause racional, que venían sosteniendo por el control del poder en la últimas décadas; por ello mismo, con este gran consenso bipartidista se comprometían a restaurar el orden democrático y la paz a lo largo y ancho de la nación.

En medio de las banderas del optimismo, la institucionalidad y la paz que se empezaron a agitar a fines de los cincuenta, hay un factor ideológico crucial para comprender los acontecimientos de orden político que definirán el rumbo de Colombia durante los convulsivos años sesenta: la presencia extensiva de la ideología marxista que recorría el mundo entero y que despertó el fervor de sectores populares a lo largo de América latina, aún más, después del triunfo de la revolución cubana de 1959, justo cuando el frente bipartidista en Colombia iniciaba su marcha. La reacción desde Estados Unidos no se hizo esperar, mientras maquinaban estrategias que pusieran fin al régimen socialista instaurado por Fidel Castro, desarrollaron una reunión en Punta del Este ,Uruguay, entre los Presidentes latinoamericanos (con excepción del de Cuba) y el Presidente de Estados Unidos, John Fitzgerald Kennedy, reunión que pretendía atacar un problema que se incrementaba debido al éxito de Fidel, la proliferación de movimientos guerrilleros que se autoproclamaban comunistas. La solución propuesta en esta reunión, fue la implantación de políticas para contener la miseria y el analfabetismo a través de un programa de cooperación llamado alianza para el progreso.

La otra estrategia que se diseñó, la militar, consistió en persuadir a sus aliados latinoamericanos de que llevaran a cabo operaciones militares que oprimieran cualquier asomo de insurgencia radical de izquierda...la historia de Colombia cuenta que seguimos con fidelidad la perspectiva señalada por los norteamericanos, y también nos relata que mientras liberales y conservadores normalizaban y devolvían la estabilidad política a Colombia, surgían paralelamente en estos años de restauración democrática, los principales grupos guerrilleros que han asolado y continúan asolando a la población. Les recordaré algunos datos que corroboran lo dicho en las líneas precedentes.

El segundo presidente del Frente nacional, Guillermo León Valencia, en cumplimiento de la segunda estrategia indicada –la militar- hizo ingentes esfuerzos por terminar con los focos de bandoleros y guerrilleros que heredó el país como consecuencia del efímero y parcial proceso de paz que se adelantó bajo la dictadura de Rojas Pinilla. Precisamente uno de tales esfuerzos, fue el bombardeo a Marquetalia en 1964, la histórica región del Tolima donde se asentaba un grupo de autodefensas campesinas, hecho con el fin de recuperar una de las llamadas “Repúblicas independientes”que se habían constituido en el territorio nacional y en donde el Estado carecía de presencia; infortunadamente el operativo castrense, aunque terminó dándole fin a esta república, no pudo evitar la huída de militantes de esta autodefensa, los cuales encabezados por Manuel Marulanda, tirofijo, según su versión de la historia, se vieron constreñidos a crear de manera oficial, las FARC. (versión que desde luego contrasta con la ofrecida por las fuerzas armadas, según las cuales el proyecto de guerrilla se prefiguró desde 1961, en el marco de un congreso del partido comunista colombiano).

Sea cual sea la verdad, lo cierto del caso, es que al año siguiente, un grupo de jóvenes santandereanos, encabezados por Fabio Vásquez Castaño, con formación revolucionaria en Cuba, crearon oficialmente una nueva organización insurgente autodenominada Ejército de Liberación Nacional (ELN), y cuyo campo de acción por muchos años se circunscribió al oriente colombiano, concretamente, Magdalena medio, y Norte de Santander. Y de contera, luego de que se despertaran toda clase de sospechas en torno a la transparencia de las elecciones presidenciales del 19 de abril de 1970, en las que Misael Pastrana, formalmente el último presidente del frente nacional, venció por estrechísimo margen al líder de la ANAPO, el general Rojas Pinilla. Quedó inscrita en la historia una célebre frase que según los críticos, resume lo acontecido en ese evento electoral: “el general se acostó ganador y amaneció perdedor”. Haya habido fraude o no, la evidencia histórica nos señala que 4 años más tarde, el ala radical del movimiento político de Rojas Pinilla, decidió crear una agrupación guerrillera inspirada en esos comicios, el Movimiento 19 de abril, mejor conocido como M-19.

De cualquier manera, no parece ser casualidad que durante este periodo, hayan surgido estas 3 organizaciones insurgentes, pues entre otras cosas, una de las banderas de la lucha guerrillera, es justificar su alzamiento en armas, expresando que el frente nacional marcó un periodo de restricción democrática, ya que la base del acuerdo, era precisamente garantizar que desde 1958 a 1974, no gobernaría nadie distinto a los miembros alternados de los partidos tradicionales, y las reñidas votaciones de 1970 parecen dar razón a quienes así lo creen, a que se hizo todo lo que fuera necesario para que esto se cumpliera. Pero independiente de esos resultados electorales, lo que las primeras guerrillas (FARC y ELN), argumentaban a su modo, es que ese acuerdo político legitimado por la ciudadanía, implicaba que la única forma de luchar por el poder que les quedaba a quienes no compartían las ideas de los partidos tradicionales, sería la vía armada.

Ahora bien, partiendo del postulado, de que esos argumentos no tienen validez en lo absoluto, ya que la propuesta que dio origen al frente nacional fue aprobada abrumadoramente por el pueblo colombiano en el plebiscito de 1957, ¿no le cabe al frente nacional la responsabilidad histórica de no haber podido diluir estos nacientes movimientos insurgentes? ¿no habría sido distinta la historia nacional de las últimas décadas si los gobiernos de esa época hubieran sido efectivos en la estrategia contrainsurgente?.

Soy de los que cree que estamos pagando un altísimo precio por la estabilidad política que nos brindaron en estos años liberales y conservadores, ya que no fueron capaces de diseñar estrategias socio-económicas que mejoraran el paupérrimo nivel de vida que históricamente han tenido los campesinos en Colombia; los intentos de reforma agraria, fueron un rotundo fracaso; Y en cuanto a la estrategia militar y operacional, esta tampoco pudo cumplir su cometido, de lo contrario estas organizaciones no se habrían multiplicado en los años posteriores al frente nacional. Si hubieran quedado suficientemente debilitadas por la acción armada de las fuerzas públicas de los sesenta y comienzos de los setenta, inexorablemente se hubieran extinguido. Pero ello no ocurrió, la semilla de la insurgencia, germinó durante el frente nacional y se reprodujo y proliferó en los ochenta y noventa gracias al terreno abonado por el narcotráfico.

Y por si fuera poco, aún hay más evidencias que responsabilizan al frente nacional como generador de la desestabilización política, económica y social que hemos heredado. Al decir del sociólogo Alfredo Molano, uno de los grandes estudiosos del conflicto colombiano, desde fines de los sesenta el gobierno auspició la formación de grupos de extrema derecha:
a partir de 1968, los Guardias Nacionales, amparados en la Ley 48. Los vínculos de estos nuevos grupos paramilitares, civiles armados, con el gobierno, quien los financiaba, fueron muy estrechos. (Tomado de UNP No 56. Artículo titulado “Monólogo de una impunidad anunciada”)

Sobre este mismo hecho, y de manera más detallada el analista Garry leech en un artículo titulado Colombia:cincuenta años de violencia, publicado por la red de información de las Américas el de junio de 2002 expresa lo siguiente:

Las organizaciones paramilitares involucradas en la guerra sucia no sólo estaban aliadas con las Fuerzas Armadas de Colombia sino que eran milicias legales. La Comisión para el Estudio de La Violencia subraya que la Ley 48, aprobada en 1968, "permitía al ejército la organización y el aprovisionamiento de armas a grupos de civiles, grupos a los que se denominaba unidades de "autodefensa", para luchar contra la delincuencia organizada así como contra los grupos armados que operaban en ciertas regiones campesinas." Durante la tregua de los acuerdos de La Uribe, cuando las operaciones de contrainsurgencia fueron prohibidas, el Ejército amplió la aplicación de la Ley 48 para crear fuerzas paramilitares que se hicieran cargo de las operaciones de "limpieza" contra la población campesina rural. La utilización de fuerzas paramilitares en la guerra sucia permitió al ejército cierto grado de "negación plausible" en cuanto al abuso de los derechos humanos.

En ese mismo artículo se señala que solo 21 años después, fue que se declaró ilegal este tipo de acciones:

El 25 de mayo de 1989, el Tribunal Supremo de Colombia dictaminó la inconstitucionalidad de la Ley 48 y al mes siguiente el Presidente Barco emitió el Decreto 1194 en el que se establecía la ilegalidad de cualquier forma de colaboración, participación o creación de grupos de "autodefensa" por parte del ejército o de la población civil.

Así pues, los hechos son los hechos, y nos permiten hacernos una mejor idea de las implicaciones que de cara al futuro arrojó el bendecido frente nacional. Y no podría soslayar, otro lunar de este particular estilo de gobierno bipartidista, el referente a la estructura política interna del sistema. Ya que esta operó de manera vituperable, debido fundamentalmente a que se generó en la práctica, una división al interior de los 2 partidos tradicionales, esto es, una lucha de orden intrapartidista que propició, como bien indica Eduardo Pizarro Leongómez, profesor de la universidad nacional, en un artículo consultado de manera permanente en la página Colombialink.com, titulado Comienza el frente nacional:
Las fracciones organizadas comienzan a dar paso a facciones personalistas, a la total indisciplina parlamentaria y a la ingobernabilidad democrática. Esta situación se veía agravada por la parálisis parlamentaria, pues, según el texto del plebiscito, las iniciativas gubernamentales requerían para su aprobación del voto favorable de las dos terceras partes en la Cámara y en el Senado. La respuesta no se hará esperar. Ante la dificultad de conformar mayorías parlamentarias, los gobiernos del Frente Nacional y el pacto burocrático bipartidista posterior, mantendrán al país en estado de sitio permanente para poder eludir el desorden parlamentario y gobernar por decreto.
Por otro lado, la exclusión de los partidos y movimientos distintos al bipartidismo generará un "sentimiento de exclusión", cuyo impacto será muy negativo. Por una parte, arrojará a las filas del naciente movimiento guerrillero posrevolución cubana a toda una generación de jóvenes radicales. Igualmente, esta exclusión dará origen a toda una suerte de movimientos políticos, tales como la Alianza Nacional Popular y el Movimiento Revolucionario Liberal, que van a constituir fuertes movimientos de oposición en contra de las instituciones del Frente Nacional.


En síntesis, el clientelismo político y demás modalidades de corrupción estuvieron a la orden del día. Un último elemento que vale la pena sopesar, es el análisis comparativo con el resto gobiernos de América latina por esta misma época. Se sostiene por parte de prestigiosos estudiosos de la historia nacional como Malcolm Deas y Daniel Pécaut que a pesar de que el frente nacional en cierto modo, no fue un periodo de plena democracia en Colombia, era un sistema mucho más abierto que el de los gobiernos dictatoriales que dominaban el panorama político de la región, por tanto, fue un esfuerzo a todas luces plausible. El análisis histórico, nos dice que mientras esos países en su gran mayoría, superaron los traumatismos generados por esas olas de totalitarismos que se cernieron sobre sus pueblos, en Colombia, la ineptitud con la que manejaron el fenómeno insurgente los gobiernos frentenacionalistas, nos tiene aún después de 40 años pagando la factura...

A manera de conclusión, es obvio que el costo en materia política, económica, social y cultural que hemos pagado por el restablecimiento de relaciones entre los partidos tradicionales ha sido inmenso, tan grande que, quien sabe cuantas cuotas más de civiles y militares asesinados, desplazamientos, secuestrados, daños en infraestructura, extorsiones, compra de poder judicial, parapolítica, farcpolítica, problemas en relaciones internacionales, y en aumento de pie de fuerza tendremos que seguir costeando...Habrá algún colombiano que sepa cuantas cuotas más nos restan?...tal vez Uribe?...por el bien de todos, esperemos que si...¿y si no?...

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