Palabras de Buda

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jueves, 14 de enero de 2010

¿TENEMOS EN COLOMBIA UNA DEMOCRACIA ESTABLE?

Por Jorge Burgos garcía
6-11-07

Inglaterra es un manifiesto ejemplo de una Democracia que ha ido madurando y fortaleciéndose con el paso de los siglos, tanto es así que, se lleva sin reproches de ninguna índole el calificativo de país políticamente estable. Cosa bien distinta ocurre cuando el análisis político se enfoca en América latina, pues con contadísimas excepciones –caso Chile y de pronto por ahí Costa Rica- el calificativo en este caso viene a ser el de inestabilidad política permanente y/o cíclica. Y poco importa que haya en el presente una múltiple variedad de escenarios políticos en la región: en el que se observan marcadas tendencias hacia la izquierda extrema en ciertos países, otros que han preferido adoptar un modelo de izquierda moderada, y algunos más, han optado por permanecer anclados a los postulados de la Derecha, o centro derecha como gustan denominar ahora muchos politólogos.

Lo cierto es, tal como enuncia sabiamente el refrán popular la mona aunque se vista de seda mona se queda; porque ciertamente se han presentado importantes reformas en los sistemas políticos asumidos por los países latinoamericanos, pero, ¿ello supone qué ha finalizado en realidad la época de la inestabilidad gubernamental?, ¿los giros políticos que se han dado en muchos de los países de la región permitiría aseverar que la democracia en América latina ha madurado y que de hecho, ya está consolidada?. La verdad, no lo creo, por razones simples: en primer término, 20 años es un lapso de tiempo corto en términos de macroreformas institucionales y en segundo término, porque el problema de fondo, lo que realmente define la madurez política de una nación es la construcción de una cultura política auténtica, transparente. Para dar cuenta de ello, es imprescindible tener claros los indicadores que evidenciarán que realmente se ha estado (si es que algunos lo creen) o está por formarse una auténtica cultura política.

Apenas si es necesario decir que son fáciles de divisar esos indicadores, puesto que cuando se empieza a generar una verdadera cultura política en un territorio específico, los vicios electorales son la excepción, no la regla; las prácticas clientelistas pasan a ser un mal recuerdo del pasado; el floklorismo propio de los días electorales se extinguirá inexorablemente (porque entre otras cosas este floklorismo no es más que un subproducto de la seudo cultura política que tenemos, encarnada en las prebendas prometidas a los electores); los ciudadanos votarán por partidos políticos consolidados –no por cualquier partidito unipersonal que sale a la palestra con un único ideario político: el rostro de su creador y aspirante-; se prestará suma importancia a los programas políticos presentados por los candidatos a las distintas corporaciones y habrá seguimiento al candidato elegido, para certificar que realmente esté cumpliendo con lo prometido en campaña; Y desde luego, los niveles de abstención disminuyen ostensiblemente dado que los ciudadanos, merced a una importante Cualificación del sistema educativo en general, comprenderán la relevancia que tiene la escogencia de individuos que pasarán a tomar las decisiones esenciales que determinan el destino de miles y miles de habitantes...entre otros indicadores más.

Partiendo de la anterior descripción, me reitero en lo dicho ya, aún no hemos superado la etapa de la inestabilidad política, más bien puede mirarse con cierto optimismo mesurado, que las naciones latinoamericanas en términos generales están atravesando unas transformaciones sin precedentes de sus aparatos políticos que hacen vislumbrar la posibilidad de que logremos resarcirnos de esta enfermedad social que particularmente llamo ignorancia política colectiva, que nos ha tenido sumidos en este remedo de democracia, cuyo vicio más notable es entre otros, el proceso electoral. Ahora bien, me centraré concretamente en el caso colombiano, pues las posibilidades de cambio siguen ahí vigentes, y de alguna manera, el gobierno actual está tratando de crear las condiciones para que se de un significativo cambio histórico en el destino nacional.

Sin embargo, antes de entrar de lleno en el análisis específico del presente colombiano, me permito en este punto, resaltar un factor fundamental en la construcción de una cultura política transparente,(que deliberadamente omití en el párrafo anterior) el referente a las condiciones socioeconómicas del grueso de la población, pues, como bien señala Alain Touraine, sociólogo francés, en un artículo titulado ¿Existe una izquierda en América Latina?: “en la mayoría de los países latinoamericanos la desigualdad se ha transformado de tal forma en un dualismo estructural, que el continente parece incapaz de lograr lo que Gran Bretaña y otros países, incluidos Estados Unidos y Francia, pudieron crear: algo que va más allá de la democracia política, pero que no la destruye e incluso la refuerza, es decir, una democracia social fundada en el reconocimiento, por la ley o la negociación colectiva, de los derechos de los trabajadores.

Es clara su apreciación de las cosas, si las sociedades latinoamericanas continúan polarizándose económicamente, si no se generan reales igualdades de oportunidad para el común de los ciudadanos, si la economía informal prosigue su marcha ascendente entre otras aberrantes situaciones que omito mencionar -por razones de extensión del escrito- ... las prácticas clientelistas seguirán a la orden del día, pues estas encuentran su caldo de cultivo en una población cada vez más vulnerable por la incertidumbre económica, social y cultural a la que se ve arrastrada irremediablemente; la popularidad de Chávez por citar un ejemplo, se asienta sobre el mar de pobreza que ayuda a paliar de algún modo a través de las llamadas misiones.

De otra parte, en el contexto teórico de la ciencia política en Latinoamérica, subyace la vieja polémica entre si es mejor el sistema presidencialista o el parlamentario; a favor de este último, se menciona el éxito rotundo que ha tenido en la pomposa Inglaterra e insinúan algunos que la implantación de este en un país como Colombia o cualquier otro latinoamericano sería de gran utilidad, a fin de reorganizar y hacer eficiente en términos pragmáticos nuestro sistema político. Al respecto, hay que decir, que el común denominador en la región ha sido el presidencialismo, de hecho, es nuestro gran aporte a la historia del derecho público, debido en buena medida a la convulsionada independencia que tuvieron en su inmensa mayoría las naciones latinoamericanas, que además en las subsiguientes décadas –ya como naciones soberanas- del siglo XIX fueron escenario de la indisciplina cívica, la propensión a la subversión, el caudillismo y el consecuente estado continuo de guerra civil que tanto caracterizó y emponzoñó los primeros años de vida republicana, exigieron la asunción de gobiernos guiados por un ejecutivo fuerte y en muchos casos autoritario, con el fin de frenar las agudas crisis internas que estaban a la orden del día; llegó a describir el mismo Simón Bolívar esta forma gubernamental así: ”como el sol, que firme en su centro, da vida al universo”.


A mi modo de ver, la polémica me parece estéril, pues la adopción de presidencialismo o parlamentarismo no es la que define la buena marcha de un sistema político, no, es el adecuado manejo de las distintas situaciones de poder por parte de quienes lo ejercen lo que en últimas determina la solvencia o no de un Estado moderno.(análogamente, es como discutir en fútbol si a un equipo le va mejor con 2 o 3 delanteros, o a lo mejor con 1, dirían otros... sabemos bien que lo que marca la diferencia no es el número de atacantes, sino el funcionamiento del equipo en la cancha).

Lo realmente interesante de observar y digno de emular –más no copiar- en el caso inglés, es que su democracia es producto de una larga y gradual evolución que arranca por allá en el siglo XIII con la carta magna, a diferencia de nosotros que no llevamos ni 200 años de vida republicana y por si fuera poco, cargamos con un lastre: la pesada herencia ideológica, ética, económica, política y social que nos legó el regresivo régimen colonial español. Aparte de esto, hay que contar los gruesos errores cometidos por la dirigencia de los partidos tradicionales a lo largo de los 150 años que llevan de existencia, entre ellos descolla, la siempre recurrente idea de implantar modelos políticos externos ajenos a nuestras particulares condiciones históricas.

Lo cierto y esperanzador, a pesar tantas adversidades, es que el siglo XXI colombiano en su despuntar, muestra transformaciones potencialmente importantes en el devenir histórico del país, pues por primea vez, los partidos tradicionales no detentan el poder, están sumamente debilitados, emergen nuevas posibilidades democráticas y se abren –una vez más- oportunidades para resolver de una vez por todas grandes problemas nacionales, en especial, el referente al conflicto armado interno que tantos estragos ha causado. Y esta atmósfera de cambios tiene su génesis en el 2002 con la llegada al poder del disidente liberal Álvaro Uribe, y su inmediata reelección en 2006, desde entonces, el país ha entrado en una etapa sin precedentes en su historial que vale la pena reseñar desde una perspectiva eminentemente política: Uribe es en el fondo un digno ejemplar del presidencialismo latinoamericano, un personaje que evoca la imagen de Simón Bolívar –primer gran representante de esta tendencia- en cuanto a su capacidad de liderazgo, erudición y acogida popular (bien podría decirse que Bolívar es el primer gran héroe suramericano que fracasó en su intento de guiar por el sendero del progreso a media Suramérica). Sorprende a los estudiosos de la política, la altísima popularidad que mantiene Uribe tras 5 años de presidencia. Pero más que ese dato estadístico, es importante, subrayar que el ha asumido en un nuevo contexto, la prístina figura del CAUDILLO que llega a la primera magistratura prometiendo que pondrá fin al prolongado conflicto interno que aqueja al país y dará una sólida estabilidad a la nación. Fiel su estilo y sin que hubieran precedentes, ha llevado a cabo el proceso de paz con la mayor parte de grupos de autodefensas del país, ha propiciado el paulatino debilitamiento de las principales organizaciones guerrilleras del país y se ha empeñado en tratar de erradicar de manera definitiva el flagelo del narcotráfico (aparte de haberle dado impulso al crecimiento económico que se ha presentado a lo largo de su mandato, y la gradual disminución de la tasa de desempleo entre otros logros).

Desde luego, le han llovido las críticas, lo cual será tema para otro día, pues mi intención en este escrito es destacar la figura política de Uribe a la luz de la teoría política moderna, que indudablemente tiene su origen en las tesis planteadas por Maquiavelo en El príncipe, ya que, -permitiéndome esta digresión- en verdad llama la atención que el mandatario nacional encaja perfectamente en la descripción ideal que hace el florentino de un digno representante del poder, como lo plantea Isaac Molano en el prólogo de una de las tantas versiones de El príncipe:
hombres de profunda y vigorosa personalidad, hombres dotados de aquella aptitud potencial para el mando y de aquella virtud que, según Maquiavelo, quiere decir posesión de un conjunto de aptitudes que le permiten destacar sobre la mediocridad general e imponer a los hombres y a las cosas el rumbo deseado...hombres en los que, a la fortaleza de ánimo, se suma una clara inteligencia para calcular los recursos a empeñar en la acción, un vivo sentido de la realidad, un rápido entendimiento de lo que cada circunstancia concede, decisión para los recursos heroicos además, capacidad para disimular el juego y soltura para desprenderse de los escrúpulos de la moral corriente, si así lo exige el fin que quiere alcanzar (página 22 del prólogo de la edición de momo ediciones de El príncipe)

Ahora bien, ¿es Uribe el personaje colombiano del momento?, yo respondería afirmativamente, puesto que si miramos el contexto nacional, la opinión pública en general, tiene puesta su confianza en el, es el caudillo proclamado por el pueblo (o autoproclamado dirían sus más acérrimos críticos) ¡se la ha jugado por el! y con razones de peso, el tiene las características mencionadas por Molano y extraídas de ese manual de realismo político que escribió Maquiavelo hace ya 500 años, en especial, destaco de Uribe su perspicacia para sacar recursos o proponer alternativas de solución audaces, para explorar caminos no recorridos antes y un veloz entendimiento de los elementos que constituyen las cambiantes circunstancias políticas; a manera de ejemplo, está el giro que ha dado en la forma de procurar acercamientos de paz con las FARC. O díganme ¿Quién esperaba que designara a Piedad Córdoba como facilitadota del proceso? ¿o qué permitiera la ingerencia del siempre “incómodo” Hugo Chávez en este asunto?

Es ese tipo de audacia, la que hacen de Uribe un personaje que reviste interés especial para los analistas políticos, independiente de los resultados que se den en los distintos aspectos de su gestión, porque como bien recuerda Maquiavelo en su obra cumbre cuando hace alusión a la fortuna:
“creo que de la fortuna depende la mitad de nuestras acciones, pero que nos deja dirigir la otra mitad o algo menos. Comparo a aquella con un río de rápida corriente que, cuando se sale de madre, inunda la llanura, derriba árboles y casas. Del ímpetu de sus aguas huye todo el mundo, cede todo a su empuje incontrastable, pero esto no impide que al volver a su cause los hombres construyan diques y canales para prever en otras crecidas las inundaciones y los estragos. De igual suerte la fortuna demuestra su poder cuando no hay virtud ordenadora que la resista, y con mayor ímpetu, donde se sabe que no hay reparo alguno para contrarrestarla”.

En tal sentido, contemos con que a Uribe le acompañe la buena fortuna , porque téngase la opinión que quiera tenerse de el, buena parte del sendero histórico político de Colombia en los próximos lustros dependerá de alguna manera de los resultados que pueda finalmente obtener el caudillo disidente luego de sus 8 -¿o 12?- años de gestión gubernamental...en los que esperamos contribuya decisivamente a la creación de un tejido cultural político que pueda protegernos de las continuas y dañinas tormentas clientelistas-politiqueras...amanecerá y veremos.

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